Se cumplen doscientos años de la Declaración de la Independencia, una lección de patriotismo que significó la ruptura con el pasado colonial y sus herencias. Aquel glorioso 9 de Julio de 1816 se rompió con la dominación de la corona española y se comenzó a pensar en la constitución de una verdadera nación. En la actualidad, muchas veces, a la sociedad  se le hace  difícil entender el concepto de Independencia en los términos que nuestros héroes lo entendían.

La Independencia no es solo la declaración en 1816 en Tucumán. Aquello fue un primer paso, fue en efecto una “declaración”. Pero la  “conversión” en un pueblo realmente independiente es un proceso largo, porque la Independencia es algo que se construye a diario con un proyecto de sociedad.

Para terminar de conseguir la independencia gestada en 1816, deberíamos revalorizarnos como Nación, deberíamos redescubrir el sentido de Patria, ese sentido que hizo  que San Martin, Belgrano y Güemes se sacrificaran por el bien común. Para los argentinos la independencia debe ser un ideal colectivo que unifique pasado, presente y futuro, que nos ayude a comprender que solo con educación un pueblo se hace soberano, que solo con honestidad una sociedad puede crecer y que con trabajo y esfuerzo se construye prosperidad.

Para avanzar más allá de aquella declaración de nuestros próceres construyamos una sociedad con personas que sepan disfrutar sus derechos y cumplir  con sus obligaciones, que valoren la solidaridad, la paz, la justicia, el respeto y el amor a los demás.

La independencia es una empresa ardua en todo tiempo; por eso, hoy, 200 años después, revitalicemos la cultura del esfuerzo y la entrega personal por el bien común y el amor a la patria. Esta es la responsabilidad de los argentinos del presente. Así convertiremos aquella declaración de la casita de Tucumán en una forma de vida.